El Conde Lucanor - XXXV lyrics
by Don Juan Manuel
Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le decÃa:
-Patronio, un pariente mÃo me ha contado que lo quieren casar con una mujer muy rica y más ilustre que él, por lo que esta boda le serÃa muy provechosa si no fuera porque, según le han dicho algunos amigos, se trata de una doncella muy violenta y colérica. Por eso os ruego que me digáis si le debo aconsejar que se case con ella, sabiendo cómo es, o si le debo aconsejar que no lo haga.
-Señor conde -dijo Patronio-, si vuestro pariente tiene el carácter de un joven cuyo padre era un honrado moro, aconsejadle que se case con ella; pero si no es asÃ, no se lo aconsejéis.
El conde le rogó que le contase lo sucedido.
Patronio le dijo que en una ciudad vivÃan un padre y su hijo, que era excelente persona, pero no tan rico que pudiese realizar cuantos proyectos tenÃa para salir adelante. Por eso el mancebo estaba siempre muy preocupado, pues siendo tan emprendedor no tenÃa medios ni dinero.
En aquella misma ciudad vivÃa otro hombre mucho más distinguido y más rico que el primero, que sólo tenÃa una hija, de carácter muy distinto al del mancebo, pues cuanto en él habÃa de bueno, lo tenÃa ella de malo, por lo cual nadie en el mundo querrÃa casarse con aquel diablo de mujer.
Aquel mancebo tan bueno fue un dÃa a su padre y le dijo que, pues no era tan rico que pudiera darle cuanto necesitaba para vivir, se verÃa en la necesidad de pasar miseria y pobreza o irse de allÃ, por lo cual, si él daba su consentimiento, le parecÃa más juicioso buscar un matrimonio conveniente, con el que pudiera encontrar un medio de llevar a cabo sus proyectos. El padre le contestó que le gustarÃa mucho poder encontrarle un matrimonio ventajoso.
Dijo el mancebo a su padre que, si él querÃa, podÃa intentar que aquel hombre bueno, cuya hija era tan mala, se la diese por esposa. El padre, al oÃr decir esto a su hijo, se asombró mucho y le preguntó cómo habÃa pensado aquello, pues no habÃa nadie en el mundo que la conociese que, aunque fuera muy pobre, quisiera casarse con ella. El hijo le contestó que hiciese el favor de concertarle aquel matrimonio. Tanto le insistió que, aunque al padre le pareció algo muy extraño, le dijo que lo harÃa.
Marchó luego a casa de aquel buen hombre, del que era muy amigo, y le contó cuanto habÃa hablado con su hijo, diciéndole que, como el mancebo estaba dispuesto a casarse con su hija, consintiera en su matrimonio. Cuando el buen hombre oyó hablar asà a su amigo, le contestó:
-Por Dios, amigo, si yo autorizara esa boda serÃa vuestro peor amigo, pues tratándose de vuestro hijo, que es muy bueno, yo pensarÃa que le hacÃa grave daño al consentir su perjuicio o su muerte, porque estoy seguro de que, si se casa con mi hija, morirá, o su vida con ella será peor que la misma muerte. Mas no penséis que os digo esto por no aceptar vuestra petición, pues, si la queréis como esposa de vuestro hijo, a mà mucho me contentará entregarla a él o a cualquiera que se la lleve de esta casa.
Su amigo le respondió que le agradecÃa mucho su advertencia, pero, como su hijo insistÃa en casarse con ella, le volvÃa a pedir su consentimiento.
Celebrada la boda, llevaron a la novia a casa de su marido y, como eran moros, siguiendo sus costumbres les prepararon la cena, les pusieron la mesa y los dejaron solos hasta la mañana siguiente. Pero los padres y parientes del novio y de la novia estaban con mucho miedo, pues pensaban que al dÃa siguiente encontrarÃan al joven muerto o muy mal herido.
Al quedarse los novios solos en su casa, se sentaron a la mesa y, antes de que ella pudiese decir nada, miró el novio a una y otra parte y, al ver a un perro, le dijo ya bastante airado: